No seamos solamente espectadores
La posibilidad de ser “luz del mundo” y “sal de la tierra” simplemente mediante la perseverancia honrada en nuestra vida familiar y profesional (siempre que éstas sean vividas con sentido sobrenatural), adquiere un significado nuevo y más rotundo a la luz de las peculiares circunstancias históricas que atravesamos.
Creo que procede empezar con una reflexión autocrítica: algunos laicos incurrimos a veces en un pancista “ver los toros desde la barrera”, cuando afirmamos, desde el mullido sofá del salón, que “la Iglesia debería hacer esto o lo otro, la Iglesia debería reformar esto o lo otro…” olvidando que Iglesia somos todos. A los laicos que miramos los toros desde la barrera nos conviene recordar las palabras que el Señor dirige a los obreros ociosos en la parábola de los viñadores: «¿por qué estáis aquí todo el día desocupados?; id también vosotros a mi viña» (Mt 20, 6-7).
Los evangelios y los documentos conciliares y pontificios están llenos de declaraciones grandiosas sobre la alta responsabilidad de los laicos: somos «sacerdotes, profetas y reyes» por el bautismo; la primera epístola de San Pedro dice que somos «piedras vivas» utilizadas por Dios en la construcción de un edificio espiritual; somos «el linaje elegido, la nación santa, el pueblo que Dios ha adquirido para que proclame sus prodigios» (1Pe. 2, 4-5).

Al leer este tipo de afirmaciones impresionantes sobre la misión de los laicos, podríamos pensar que la única forma de estar a la altura de ellas es implicarse en algún tipo de apostolado heroico, como partir a las misiones en el Tercer Mundo, etc. Sin embargo, la Exhortación pontificia Christifideles Laici subraya que los laicos podemos ejercer nuestra tarea apostólica desde la cotidianeidad de unas vidas profesionales y familiares aparentemente grises: la Exhortación dice que «los laicos deben santificarse en la vida profesional y social ordinaria; […] los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad». No son imprescindibles, por tanto, los gestos heroicos ni las iniciativas espectaculares; ninguna tarea es demasiado rutinaria ni ningún trabajo demasiado humilde para poder convertirse en ocasión de santificación; la Lumen Gentium afirma que «todas las obras de los laicos, […] la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso espiritual y corporal, si son hechos en el Espíritu […] se convierten en sacrificios espirituales aceptables a Dios por Jesucristo».
La posibilidad de ser «luz del mundo» y «sal de la tierra» simplemente mediante la perseverancia honrada en nuestra vida familiar y profesional (siempre que éstas sean vividas con sentido sobrenatural), adquiere un significado nuevo y más rotundo a la luz de las peculiares circunstancias históricas que atravesamos. Laico Amigoniana no seas más espectador toma acción en tu comunidad, ve más allá.